El regalo que me tenía preparado la ciudad de Ávila era de proporciones considerables. Ni siquiera en la formación de educadores en Madrid, que ya prometía, me lo pude imaginar.
He sido la única educadora en toda España que ha tenido un Centro de Educación Especial donde desarrollar el programa Somos+. Aún me acuerdo, en la cafetería de una ciudad con costa mediterránea, pensando cómo adecuar el programa a ellos. A dos grupos con diversidad funcional con edades de entre 16 y 21 años y desarrollos cognitivos de entre 6 y 12 años. Me hice preguntas, busqué recursos, pregunté a compañeros maestros de educación especial…
Total, que entre miedos, dudas y nervios aterricé en Ávila, en el Centro de Educación Especial Príncipe Don Juan. Para el primer día se me ocurrió hacer la dinámica de los súper héroes, aludiendo a la saga X-Men. Ellos también estudiaban en un colegio especial, tenían poderes y a veces… chocaban con el resto de la gente considerada como “normal”. Así que les pregunté que cuál era el súper poder de cada uno con el que hacían frente a la discriminación. Tenía que ser algo que se les diera muy muy bien hacer. Y empezó a ocurrir magia. Bajo la frase: “me llamo…….. y mi súper poder es….” aprendí que una tenía el poder de dar besos y abrazos; otro tenía una memoria prodigiosa y recordaba todo lo que había hecho en según qué fecha; otro se sabía todas las capitales del mundo; otro siempre lograba hacer reír al grupo; otra era sensible y siempre cuidaba del resto; otra bailaba; otro era un máquina en los deportes… y qué decir de Pepe: era capaz de convencer a cualquiera. De Pepe y de su extraordinaria sensibilidad os hablaré más adelante. El caso es que las educadoras del centro también se animaron y dijeron sus súper poderes. ¡Nos lo pasamos genial! Continuamos hablando sobre lo que sentimos cuando se metían con nosotros, cuando nos metíamos con alguien y cuando éramos testigos. Contamos experiencias y el tiempo se pasó volando. ¿Quiénes se despiden con un abrazo? Pues ellos. Esos abrazos me los llevo en el saco de los recuerdos.
En la segunda sesión, ocurrió algo que todavía a día de hoy trae cola. Decidí empezar poniendo el vídeo en clase de “El cazo de Lorenzo”, disponible en YouTube (para seguir comprendiendo lo que viene a continuación, os aconsejo verlo, dura muy poquito). Pepe es un alumno inquieto y muy sincero: si se quiere ir o se aburre, te lo dice. Se levanta y se va. Es muy difícil centrar su atención por un tiempo determinado. Pues bien: no pestañeó en todo el vídeo. Al acabar dijo: “¡Ala! ¡Me ha encantado! ¡Me ha gustado mucho!” Yo me alegré y proseguí con el desarrollo de la clase. No me había percatado de que Pepe había salido de clase. Ese día hablamos de violencia de género muy muy adaptada a su comprensión y desarrollo. También hablamos del término “discapacidad” y de cuándo se nos discrimina por no ser “normales”, como Lorenzo. De pronto, Pepe entró en la clase y puso un cazo delante de la mesa. No lo esperaba y me asusté por el ruido. Él, con una enorme sonrisa, cogió el cazo y me dijo: “¿me parezco a Lorenzo?” “¡Claro que te pareces!”, le respondí, asombrada. Pero no acabó aquí: cogió el cazo y lo
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puso en el suelo, al lado de una estantería. Se subió encima de él y pudo alcanzar una cosa que, sin el cazo, hubiera sido imposible de llegar.
“Ya está”, pensé, “ya está”, y me reprimí la emoción. Nunca sabes con qué recurso educativo vas a llegar a un alumno o a otro. De hecho, en esta segunda sesión, y al hilo del vídeo, pregunté por quiénes eran nuestras personas extraordinarias: aquellas que nos ayudaban a sacar nuestro súper poder y a quien podíamos pedir ayuda cuando fuésemos testigos de una situación de discriminación. Algunos dijeron que sus padres, sus hermanos, sus amigos… y muchos nombraron a sus educadoras allí presentes, lo que causó un clima muy emotivo.
Y para la tercera y última sesión conté con la colaboración de un amigo mío cantautor, Daniel Guantes. Ese día cantamos y tocamos la guitarra hablando de súper poderes de nuevo, de cómo navegar por internet de manera segura, de qué hacer con nuestras redes sociales si alguien se metía con nosotros o nos pedía fotos o información privada… y para acabar…. ¡habíamos hecho unos diplomas personalizados! Y todos habían sacado un pedazo 10. Así que fuimos nombrándolos y entregándolos bajo un fuerte aplauso. Qué felicidad al ver su nota y su nombre y apellidos…
En el saco de recuerdos también me llevo miradas y sonrisas que taladran el alma. Abrazos y caricias sinceras. Súper héroes y súper heroínas, en definitiva, que sólo necesitaban recordar cuál era su súper poder. Y Pepe siguió con su cazo, llevándolo en una mochilita con ruedas, por todo el centro.
Yo creo que es necesario adecuarse a las necesidades de cada clase y de cada instituto. Esa fue mi norma para actuar en Ávila. Si en un centro me decían que habían tenido problemas con las redes sociales por situaciones de discriminación, incidía en eso más. Si, por el contrario, me contaban que necesitaban incidir en la violencia de género, dedicaba más tiempo a ello. También creo que debe de jugar un papel importante la intuición del educador.
En relación a esto, pensé que era importante dotar a los alumnos de recursos para cuando se enfrentasen a profesores-dragones. Yo llamo profesor-dragón a aquellos que, cuando hablan, lanzan llamas por la boca en vez de palabras que pueden provocar en el alumno quemaduras de tercer grado, o heridas irreparables en su autoestima. Recordé comentarios como “no sirves para nada”, “no tienes futuro ninguno”, “sois un grupo de impresentables”, “no vales para esto”, que yo sufrí en su día, siendo alumna. Y quise poner remedio, tal vez para sanarme a mí con ellos. Por desgracia, y como pude comprobar en varias clases, aún existen demasiados profesores-dragones.
Así que, para paliar esas quemaduras, y refrescar el alma de aquellas personas en desarrollo emocional (para quienes, si se les dice que no valen para algo, se lo creen) decidí hacer la dinámica de la maceta el último día: compré una maceta de plástico, arena desinfectada, arroz, un ovillo de lana. Imprimí trozos de canciones que, en su día, me ayudaron a volver a creer en mí misma. Les puse el nombre de la canción y el autor y les dibujé una carita sonriendo. Enrollé estos trozos de canción y los fui enterrado por pisos en la maceta, mezclando la arena y el arroz y poniendo al final los trozos de lana. Al día siguiente, al finalizar el tema que quería tratar, pedí que fueran saliendo de manera
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individual, que metieran la mano bien dentro, sin miedos, y que sacaran un pergamino pequeño.
Ese es el mejor que les podía haber tocado porque lo han sacado ellos.
Ese fue mi regalo.
Les pedí que pusieran su nombre en el trozo de papel y que lo firmaran. Alguna persona lo leyó delante de todos, otros, se lo guardaron. Nos dio tiempo a escuchar una de las canciones: “Tu oportunidad”, de Taxi.
No nos olvidemos de trabajar la autoestima a la par que trabajamos la discriminación. Es vital.
Ávila, me va a costar recuperar mi rutina después de tanta enseñanza aprendida. Espero haber dado lo mejor de mí, porque, sin duda, me voy con las manos llenas.
Y como les dije en todas las clases, en la última sesión: “Dudad. Dudad de todo, hasta de lo que yo os diga. Cuestionaros la realidad, lo ‘esto es así’, porque este es el camino para salir de la caverna de Platón. Porque LA VERDAD, así, en mayúsculas, no existe, pero podemos acercarnos mucho o, al menos, desenmascarar lo falso y poner remedio a aquello que nos frena por miedo.”

Alicia Presencio Herrero, Educadora Somos Más en Castilla y León